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La basura tecnológica y sus graves consecuencias

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En este momento, mientras usted lee estas líneas, tal vez un niño en algún suburbio de Acra (Ghana) está manipulando el celular que usted desechó hace unos meses por considerarlo muy viejo y que reemplazó por uno de última generación.

Aunque un acuerdo internacional prohíbe la exportación de estos equipos, muchas empresas ilegales, o mafias del contrabando, envían estos equipos en desuso a países africanos o asiáticos desde Suramérica o Norteamérica.

Allí, los menores de edad, explotados como mano de obra, desbaratan el equipo y sacan circuitos, plástico, cobre y otros elementos para venderlos y conseguir algo de dinero para sus familias. Pues, según estudios realizados en la Unión Europea, en promedio los aparatos eléctricos y electrónicos están compuestos en un 25 por ciento por elementos reutilizables y en un 72 por ciento por materiales reciclables (plásticos, metales ferrosos, aluminio, cobre, oro, níquel o estaño).

Este drama social es apenas una parte de un difícil problema que se ha implantado en la humanidad por el incremento del uso de nuevas tecnologías. La otra parte del problema es, sin ser menos grave, un obstáculo ambiental, porque los desperdicios electrónicos siempre contienen sustancias muy peligrosas.

El primer paso se dio el año pasado, cuando fue sancionada la ley 1672 del 19 de julio de 2013, por medio de la cual se establecen los lineamientos para la adopción de una política pública de Gestión integral de Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos (RAEE). Esta legislación busca minimizar los riesgos sobre la salud y el medio ambiente y facilitar la gestión de aparatos eléctricos y electrónicos en desuso.

Esa misma investigación de la Unión Europea dice, por ejemplo, que esos desechos incluyen un 3 por ciento de elementos potencialmente tóxicos, entre ellos plomo, mercurio, berilio, selenio, cadmio, cromo, sustancias halogenadas, u otros más complejos como clorofluorocarbonos, bifenilos, arsénico y el amianto, entre otros.

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Por ejemplo, la pantalla de un computador tiene plomo, y cuando esta se destruye mal o se arroja sin cuidado en un campo o en una calle (así ocurre en algunos barrios de San Andrés ante las dificultades para sacarlas de la isla), existe la posibilidad de que al degradarse esa sustancia contamine el agua subterránea. Sucede algo similar cuando esa misma pantalla se arroja en un botadero de basura a cielo abierto, como si fuera una lata, un recipiente de plástico u otro desperdicio tradicional, que muchas veces son incinerados.

Todas son sustancias muy agresivas para los suelos y el aire, y afectan gravemente la salud. Para mencionar solo una: el arsénico, presente en semiconductores, es causante de lesiones cerebrales y cardiovasculares.

¿Cómo aprovechar bien lo que es potencialmente reciclable y desechar correctamente lo que contamina? Ese es el reto al que se enfrenta el mundo con una sociedad cada vez más consumista.

El año pasado, en todo el mundo se produjeron casi 49 millones de toneladas métricas de basura electrónica, equivalentes a 7 kilogramos por cada habitante del planeta, cifra que para el 2017 aumentará un 33 por ciento, según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas.

Un problema frente al que Colombia no es ajeno. Aquí se producen al año alrededor de 143.000 toneladas de residuos electrónicos de computadores, celulares y televisores, por nombrar solo algunos de los electrodomésticos más comprados. Solo de equipos de cómputo los desperdicios llegan a 17.000 toneladas.

El tema se ha discutido ampliamente y ha generado, al menos, tres reacciones principales. Por un lado, una ley con la que se regularía la disposición de estos desperdicios. También la intención del Ministerio de Medio Ambiente por regular el caos a través de programas posconsumo. Y, por último, se suman las iniciativas empresariales en un intento del sector privado por liderar la toma de correctivos.

Así también obliga al productor de estos a establecer un sistema de recolección y gestión ambiental seguro. Y les pone reglas a los consumidores, quienes deberán entregar los residuos generados en sitios designados para que sean destruidos adecuadamente. Para esta Ley falta reglamentación y establecer alcances, pero solo con su creación ya se han generado reacciones.

Por ejemplo, la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (Andi) reunió 41 empresas (que representan más del 45 por ciento del mercado nacional de las tecnologías) y creó EcoCómputo, el primer sistema de recolección selectiva y gestión ambiental de residuos de computadores y/o periféricos de Colombia.

Hasta este año se han recogido 580 toneladas de residuos, que corresponden a 80.000 equipos en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla.

Otro intento exitoso lo impulsa Computadores para Educar. De acuerdo con Martha Castellanos, directora de este programa público, cerca de 3.000 toneladas de residuos, equivalentes a unos 141.000 computadores, han sido tratados dentro de un proceso en el que se reciclan los residuos y luego se venden a empresas que usan dichos desechos como materias primas.
Firmas privadas, al margen de la nueva ley, también se han sintonizado ofreciendo alternativas. Hewlett Packard, como parte de su programa de reciclaje solo en Colombia y desde 2007, ha reciclado más de 613.000 kilogramos de productos usados y cartuchos entregados por sus clientes. La idea es superar los 170.000 kilogramos entre 2013 y 2014.

Apple, por su parte, acaba de crear una estrategia particular. Los seguidores de la marca podrán entregar su iPad viejo en las tiendas autorizadas, donde se le hará una valoración. Dependiendo del precio en el que sea avaluado, dicho valor podrá usarse en la compra de otro iPad de última generación.

Los iPad viejos serán utilizados en programas de reciclaje responsable para su venta en países en desarrollo y mercados de segunda, o para procesar sus componentes y reciclarlos.

Y tal vez uno de los programas de recolección más consolidados es el que han organizado desde 2007 los operadores de celulares, que recogen un promedio de 400.000 teléfonos dañados o abandonados al año.

Todo lo anterior demuestra que hay avances, pero aún no es el escenario ideal. La contaminación sigue siendo una amenaza potencial. Pero, además, un reto latente.

Como lo define el rector de la Universidad de las Naciones Unidas, una de las instituciones más estudiosas del tema en el mundo, Konrad Osterwalder: “El desafío de tratar con residuos electrónicos es muy complejo, muy difícil, pero perfeccionar ese proceso representaría un paso importante en la transición hacia la economía ecológica”.

FUENTE: El Tiempo

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